Rabat no es Marrakech, o Fez, no es uno de esos lugares que vienen a la cabeza cuando piensas en Marruecos. Sí, es su capital pero en cuanto a los viajes, en cuanto a lo que la gente busca cuando visita el país, siempre queda en un segundo plano y la mayoría de la gente la visita de paso a otro lugar pero no se queda nunca en ella.
Nosotros no fuimos distintos. Queríamos visitar las dos ciudades más modernas del país, Rabat y la vecina Casablanca, las dos situadas en la costa atlántica y tan cercanas una de la otra que sería fácil confundirlas si no fuesen completamente diferentes, unidas por una red de ferrocarril que no se encuentra en ningún otro lugar de Marruecos, trenes de cercanías de dos pisos como los que se usan de París a las afueras.
Una, Rabat, es la capital política y administrativa de Marruecos y eso se nota, nada más llegar a su estación central se abren calles de embajadas y edificios oficiales, y al regresar a ella después de todo un día caminándola, esa avenida estaba tomada por manifestantes y protestas.
La otra, Casablanca, es la capital económica, también la ciudad más poblada del país, con un puerto importante no muy lejos de nuestro modesto hotel con balcones azules, desde el que llegaban los sonidos de los barcos entrando y saliendo de él.
Tuvimos que decidir en cuál nos quedábamos y ganó Casablanca, por su fama, por la película supongo, porque los dos teníamos algunas referencias de ella mientras que de Rabat no teníamos ninguna.
Pero quizás elegimos mal porque Rabat pareció ser mucho más de lo que pensábamos.
Nos pareció que esa ciudad de casi millón y medio de habitantes escondía muchas otras ciudades dentro de ella, que con las ruinas de algunos de sus edificios o con el cuidado que ostentaba en otros y que no habíamos visto en ningún otro lugar, podía contarnos mucho sobre la historia, el pasado y presente, de Marruecos.
Rabat es su ciudad antigua y la presencia de las diferentes culturas y civilizaciones que han pasada por esta zona del norte de África.
Los cartagineses, que fueron los primeros en llegar en el siglo III a. de C. cuando dominaban gran parte del Mediterráneo, y vieron que la desembocadura del río Ru Regreg podía ser una zona de grandes posibilidades.
Los romanos, que llamaron a este asentamiento Sala Colonia y que construyeron una típica ciudad romana de la que hoy queda aún la necrópolis de Chellah. Como Sala aparece en los escritos de Ptolomeo y como Salé se llama aún hoy a la ciudad que se encuentra al otro lado del río, la que aparece con sus playas al asomarnos a un mirador de la kasba de los Udayas mientras tomamos un té y leemos que, en ella, se asentaron muchos moriscos provenientes de la península ibérica, la mayoría de ellos extremeños.
Los bereberes, que con el tiempo crearían la ciudad medieval con la kasba para controlar ese lugar tan estratégico; con grandes mezquitas de las que la solitaria Torre Hassan es uno de los únicos vestigios porque el tiempo y el gran terremoto de Lisboa de 1755 las hicieron desaparecer; con la medina, más pequeña y ordenada que la de otras ciudades.
Los franceses, que llegaron cuando la ocupación principal de Rabat era la piratería y que, a partir de 1912, con el mariscal Lyaute a su cabeza, crearon su protectorado con Rabat como capital frente al poder tradicional que hasta entonces había tenido la ciudad de Fez. Ellos cambiaron definitivamente la forma de la ciudad, crearon la Ville Nouvelle según un diseño de Henri Post y determinaron que, una vez Marruecos logró la independencia en 1956, Rabat siguiese siendo la capital del país.
La ciudad moderna no es más que una combinación de todo eso, de las diferentes capas de la historia tal y como se ha vivido en este rincón del mundo, y por eso Rabat merece ser visitada con un poco de tiempo, vale la pena pasear por sus grandes avenidas, asombrarse con la gran cantidad de plantas y jardines que tiene, ver esos vestigios de diferentes épocas.
Pero me parece que si hay un lugar en la ciudad para ver cómo esa historia se mezcla y forma algo diferente, ese lugar es la Rue des Consuls, en los límites entre la medina y lo que tradicionalmente fue la mellah, la zonas judía de las ciudades marroquíes.
Una calle llena de tiendas de artesanía. El lugar en el que, durante los siglos en los que Rabat se dedicó a la piratería, residían los embajadores europeos llegados hasta aquí para recuperar rehenes y compatriotas convertidos en esclavos, de ahí su nombre.
Una calle rectilínea y normal de cualquier medina pero con una cubierta de metal y cristal de principios de siglo que, con el tiempo, se ha ido viniendo abajo, y en la que en algunos tramos el cristal ya no está, ha sido sustituido por telas, que siempre están más a mano y son más fáciles de reemplazar.
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