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Notas desde el valle de las mil kasbas

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¿Yallah?, nos pregunta Mohamed con una sonrisa y contestamos que sí, que vamos, que estamos preparados para empezar el viaje, para cruzar el Alto Atlas y dirigirnos hacia los valles y las gargantas del sur de Marruecos, hacia el valle que llaman de las mil kasbas aunque, en realidad, luego descubriremos que no estamos preparados para nada y mucho menos para la belleza de los kilómetros que nos esperan.

 

Dejamos atrás Marrakech, el rincón lleno de puestos de verduras de Derb El Moukef hasta el que ha llegado el coche y hasta el que hemos llegado nosotros a través de las callejuelas de la medina, y nos dejamos mecer por el movimiento y por el paisaje de película que va desfilando por la ventana.

 

Los paisajes del sur de Marruecos

Es imposible dormirse porque, a medida que descendemos y pasamos el paso de Tizi n’ Tichka, comienzan a sucederse valles y carreteras imposibles, palmerales que aparecen de la nada entre montañas áridas de color rojizo, y fortalezas del mismo color que un día controlaban esos valles y que ahora sufren, muchas veces, los problemas del abandono.

 

Alto Atlas Marruecos Alto Atlas Marruecos Carreteras Marruecos

Valle de Dades Marruecos

 

Desde Ouarzazate hasta el desierto, atravesamos los valles del Dra’a y de Dades, y lo que han sido durante siglos las rutas comerciales que unían estas tierras de sur a norte, de este a oeste, y que luego continuaban sobre dunas calientes para comenzar la difícil travesía del Sáhara.

En estos caminos, que ahora son carreteras tortuosas pero completamente asfaltadas, se mezclaban todo tipo de gentes, de la misma manera que se mezclaban también los bienes con los que comerciaban y las creencias que profesaban, aquí se encontraban bereberes con árabes, con judíos, con europeos… que cruzaban desfiladeros y valles que les parecerían oasis bajo la protección o amenaza de esas kasbas o ciudadelas que van surgiendo dominantes por doquier.

 

Valle de las mil kasbahsSur de Marruecos Sur de Marruecos

 

Mil castillos de adobe

No sé si hay tantas como mil, pero hay muchas.

A veces se elevan solitarias sobre una colina dominando una garganta, otras son parte de un pequeño pueblo, pero sus muros de adobe rojo parecen estar por todas partes y siempre causan la misma sorpresa porque, detrás de las historias que nos van contando sobre ellas, hay siempre escondido un pasado tumultuoso.

 

En Telouet, a mil ochocientos metros de altura y en un valle repleto de palmeras, higueras y olivos, se levanta sobre el pueblo la kasba de la familia del clan Glaoua. Su jefe, el Pacha Glaoui, Pacha de la ciudad de Marrakech de 1912 a 1956 y conocido como el Señor del Atlas, consiguió una enorme fortuna personal a costa del sistema feudal que impuso a quienes vivían en estas tierras mientras se codeaba con las fuerzas de la ocupación francesa, con políticos como Churchill o con artistas como Chaplin o Maurice Ravel.

 

Kasbah de Telouet Marruecos Kasbah de Telouet Marruecos Kasbah de Telouet

 

La kasba ahora se está desmoronando, mientras espera ser incluida en las listas de la UNESCO. Los habitantes del pueblo la han abandonado a su suerte y no se les puede culpar por ello, algunos de sus muros yacen en el suelo y nada presagia lo que aún se puede encontrar en el interior: sus salas decoradas con techos de madera de cedro, azulejos y paneles de estuco, desde las que se puede controlar todo el valle de un vistazo.

 

Kasbah de Telouet Marruecos2

 

Pero es en Aït Benhaddou donde parece culminar el viaje. Es la más grande de todas, una verdadera ciudad fortaleza que se levanta entre las montañas y el rio Ounila completamente seco. Y también de las mejor restauradas y cuidadas porque, desde 1987, es Patrimonio de la Humanidad y se puede descubrir en muchos sitios las huellas de las remodelaciones necesarias durante los años en los que las lluvias son demasiado fuertes.

 

Kasbah de Aït Benhaddou

Kasbah de Aït Benhaddou

 

Aunque ya nadie prácticamente vive en ella, sino en un pequeño pueblo más moderno que se levantó a su lado, aún se pueden ver las huellas de la comunidad que la habitó: su mezquita, los graneros junto a las murallas, la plaza central y sus dos cementerios, uno musulmán y otro judío.

 

Pero ya habíamos visto Aït Benhaddou antes. En la pantalla de la televisión, en películas como La joya del Nilo, Lawrence de Arabia o Gladiator.

En realidad, toda esa zona del sur de Marruecos, es famosa por haber servido muchas veces como escenario para el cine y no es de extrañar porque, estábamos preparados para muchas cosas, pero no para encontrarnos con paisajes de película.

 

De película, literalmente.

 

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